Las cuestas de Montjuic descubrieron a un menudo chaval que
hoy llegará de rojo a esa misma montaña. Unas cuestas que cambiaron su
nombre, de Joaquim a Purito, y que le encumbraron en todas las
categorías en la extinta Escalada a Montjuic. Para él es su montaña
mágica, como lo fue para Gimondi en el 73 o Criquelion en el 84, cuando
se vistieron el arcoiris. La Barcelona ciclista une inexorablemente su
nombre al de su montaña olímpica. Mucho de lo bueno y lo malo que ha
acontecido sobre dos ruedas en la Ciudad Condal ha sucedido en las
empinadas rampas de Montjuic.
Desde muy niño, Joaquim
Rodríguez vio a los ases del momento disputarse la última gloria de la
temporada en Montjuic, llegó a triunfar en todas las categorías de la
Escalada antes de que el pelotón mundial le conociera como Purito y hoy
en sus cuestas paseará su maillot de líder de la Vuelta. Pero excepto
para unos elegidos, Montjuic no suele ser una montaña amable para los
ciclistas. La dureza de sus rampas y la peligrosidad de su descenso ha
dado más de una historia a la leyenda ciclista. Las épicas victorias de
mitos como Gimondi y Criquelion contrastan con los dos polémicos últimos
pasos de la Vuelta por sus cuestas.
La última de ellas,
en 1999, provocó un plante de los corredores a causa de la peligrosidad
del circuito, amenazaron con no salir en la etapa, provocaron un parón y
lograron reducir la distancia a unos juveniles 94 kilómetros. Se
conjuraron para hacer la etapa como si fuera una neutralizada, pero un
equipo y un corredor, el Costa de Almería de Fabio Roscioli decidieron
que si se corría, ellos disputaban. Y bajo una intensa lluvía, el
italiano se hacía con el triunfo en Barcelona.
Aquella
etapa aparecía en aquella edición de 1999 como un intento de la
organización de resarcirse del pequeño fiasco que sufrió ese casi
idéntico recorrido alrededor de la montaña de Montjuic en 1995. Era una
Vuelta dominada por completo por Laurent Jalabert, y en aquel exigente
recorrido, hecho a su medida, no quería fallar. No erró, ganó, pero en
una etapa que se redujo en su disputa a la mitad. De nuevo, las mismas
pautas, aunque sin lluvia: un recorrido urbano, peligrosos descenso y la
sospecha no aceptada que era tan exigente como para mandar fuera de
control a medio pelotón. Una caída a los cuatro kilómetros sirvió a los
'capos' del pelotón para neutralizar más de media etapa y solo
'disputar' los últimos 50 kilómetros. A Jalabert le daba igual, él en
esa Vuelta solo ganaba y ganaba.
Esas dos experiencias
fallidas provocaron un alejamiento entre Barcelona y la Vuelta, que no
se ha resuelto hasta este año, y eligiendo un recorrido Tour. Sí,
similar a la llegada de la ronda gala a Barcelona en 2009, la segunda en
44 años. Ganó un ciclista total, Thor Hushovd, al que recomiendo ver
esprintar en el mundial sub'23 de Valkenburg en 1998, con 20 añitos y
100 kilos soportados por las bielas de su bici. Pese a volver a llover,
la llegada fue un éxito. La Vuelta no quiere más experimentos en
Barcelona y diseña la etapa con un recorrido similar y en domingo. Busca
el aplauso antes del descanso.
Pero de todos los
momentos que ha facilitado Barcelona y su montaña olímpica al ciclismo,
dos sobresalen por encima de todos: la victoria de Gimondi en el mundial
73, con un Ocaña que ansiaba ese arcoiris, y la gesta brutal y
descerebrada, tan suya, tan genial, de un ciclista que nació bajo un
bombardeo: José Pérez Francés. Es uno de esos ciclistas olvidados,
malditos, aquellos que siempre quisieron hacer las cosas a su manera y a
los que una traición dolía como la muerte. Le tocó correr en una época
con rivales como Bahamontes, con quien se negaba el saludo, Poulidor o
Anquetil. Llegó a ser podio en el Tour y ganar en Barcelona, donde vivía
pese a ser cántabro, tras 200 kilómetros escapado y con la máquina del
KAS tirando por detrás. Quizá no sean tiempos para repetir estas gestas,
y menos si corres en un equipo que mide todo al milímetro como Sky,
pero si alguien conoce la gesta de Peréz Francés es Juan Antonio Flecha.
Otro nombre a apuntar para hoy.
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