El espíritu del pirata
Hoy sólo hay sitio en la cima del Col du Galibier para un superclase, para un pura sangre, y todos estaremos expectantes a que se desencadene ese maravilloso espectáculo que ya García Márquez dejó escrito:
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Un día descubrimos que a la belleza se llega por caminos tortuosos, por eso creo en Rigoberto Urán, viene de una estirpe indómita, la de los Fabio Parra, Oliverio Rincón o Lucho Herrera, él está destinado a poner las cosas difíciles, será el primero que prenda la llama, y la lengua rugosa de ese fuego se extenderá por el coloso alpino a la velocidad de la luz, se acaba la pólvora y los Schleck tienen miedo de que les explote encima, viajan a un segundo de la ira y a otro de las lágrimas, mi corazón es de Samuel Sánchez pero lo veo justito, y cuidado, en BCM se ha infiltrado un extraterrestre con pinta de leñador australiano, no me gusta que gane enteros, pero lo hace, hay que dinamitarlo, reventarlo, en el buen sentido. Y al final en esa cartografía lunar que es el Galibier, apuesto porque el espíritu del pirata se aparezca en forma de baile, y una voz estruendosa grite en la cima a los cuatro vientos: “Danzad, danzad, malditos”.
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